Yaan chaanpal

El ciclo escolar cerraba, las rutas eran largas y el Delfín tenía tos. Pero con Mares nos las ingeniamos para que en el último día de clases, los niños de la comunidad de Nuevo Durango, en plena selva maya, pudieran reencontrarse con este saber milenario que aparenta ser un simple lazo anudado pero que sin embargo esconde estrellas, constelaciones, dioses, leyendas, animales sagrados y magia.
Así fue que dejamos de cotorrear de lo lindo con Claudia, Rodolfo y sus hijos en la exquisita Valladolid y nos desviamos a gusto por las carreteras que nos llevan a Cobá, ahí donde la cultura maya palpita en las imponentes construcciones que burlan las centurias y en sus comunidades que cosechan vida en la milpa.
De tanto mirar arriba, abajo y a los costados cientos de árboles, bichos y aves, nos pasamos de largo a pesar de que el Delfín detenía su marcha cada vez que soltábamos el acelerador. Pero finalmente llegamos a Tres Reyes (otro pueblo que no figura en google maps) a la hora del almuerzo. Encontramos a Mares y compartimos frijoles, pollo y tortillas. Platicamos largo y tendido, mientras que los árboles envolvían de sonidos silvestres al pueblo, abrazado a una calma infinita. Los hombres jugaban voleibol en la plaza y a lo lejos se escuchaba el bajo de una cumbia.
Los frijoles le dieron paso al mate y a la caminata selva adentro, para conocer Esmeralda, poblado de siete familias que comparten los frutos de la tierra y dos cenotes a pocos metros de sus palapas. Un lugar soñado que no se sueña porque es inimaginable. A la energía sentida no la pudo doblegar ni el temor a encontrarnos con jaguares ni jabalíes. Mientras, nosotros ya habíamos incorporado unas pocas palabras del lenguaje maya que tratábamos sin éxito decirlas oportunamente.
El sol se fue y apenas volvió nos levantamos y mate en mano nos fuimos con Mares a Nuevo Durango, vecina y diminuta población, a realizar los talleres con los pequeños de la escuela primaria. La excitación de los niños por el fin del ciclo escolar aumentó aún más cuando estacionamos la camper. Todo el primer y segundo grado rodeó a Noe en la cocina y el resto se trepó por las escaleras al techo. La maestra acomodaba las sillas y miraba el cielo: las nubes amenazaban la fiesta de la tarde. El taller comenzó y comenzaron las risas, las caras sorprendidas y los dedos enredados. Los chicos más grandes, esperaban su turno espiando por la ventana y participando de la jornada.
Un rato después realizamos el taller con el grupo espía, un tanto más tranquilo y silencioso. Allí las figuras brotaron con más facilidad y fue el maestro el más sorprendido del grupo. Noe no puede con su genio ni con sus ganas, y a pesar de que le digo que se quede sentada, recorre todo el salón guiando manos perdidas. Como nos pasa de tanto en tanto, un par de chavitos ya sabían tejer con sus manos, siempre gracias a un primo o a un tío que les transmitió al menos la pata de gallo y el truco del puño. Como nos pasa siempre, el taller y los “maestro! maestro!” traspasaron el aula y el horario fijado.
Comimos con Mares y otros cuates que nos compartían su idioma, cuando alguien señaló la panzota de Noe y dijo “Yaan chaanpal”. Yaan chaanpal significa que hay bebé. Y desde ese momento, Aruma es nuestra chaanpalita.

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