La madre se acerca y me pregunta si podemos ir a su colegio. Ella es maestra y le pareció interesante la propuesta. Estamos en una escuela pero de fútbol y su hijo está haciendo abdominales. La escuelita es de Martín, nuestro amigo campeón que se convirtió rápidamente en nuestro manager y carnalote, y quien juntó a los padres que estaban a la espera de que termine la práctica para contarles que en unos días los ejercicios de piernas y pases cortos trocarían por trucos de magia y figuras con pitas.
Llegamos hace sólo dos días a Cusco y ya nos invitan de un colegio. Estamos contentos y vamos al día siguiente. El taxi debe poner primera. La subida está imposible y en la punta del cerro recién se encuentra la escuela pública Viva el Perú. Escuela de pibas y pibes traviesos, que corren y se pelean sea recreo u hora de clase. Y en el medio Elena, nuestra amiga maestra, para calmarlos y enseñarles con paciencia y amor infinitos, como el de esa niña que mirando a Noe le dice:
-Está muy linda su hijita.
-Gracias!
Y susurrándole a su amiga en el oído:
-Me encantan los gringuitos…
Luego, tarwi y chicha morada de por medio, Elena nos explica que son chibolos así de revoltosos porque en sus casas las cosas no vienen del todo bien, que está complicado llegar a fin de mes, que está difícil incluso llegar a mitad del mes, que está jodido todo.
Y volvemos para hacer dos talleres con los más pequeños, que con sus siete añitos ya son más adultos que nosotros mismos, pero que se mueren de miedo con la bruja que sale a pasear por la noche en su escoba y se matan de risa con el gran gato Don Bigotes. Y los abrazos y las gracias de Elena son tan sinceros que prometemos un pronto regreso para enredarnos con los más grandes, para que al menos por un rato, la cosa no esté tan jodida.