Al llegar a Oaxaca, llamamos al contacto que habíamos hecho a través de la página couchsurfing, que contacta viajeros con posibles anfitriones:
-Hola Abril? Ya estamos en el zócalo principal de Oaxaca, donde queda tu casa?
-En Huatulco, a seis horas de donde están…
Habíamos visto muy pequeño el mapa y pensamos que lo que era una ciudad costera era un municipio de la capital oaxaqueña. Con la casa de la hasta el momento desconocida Caro invadida por las termitas, la noche aterrizando, y las gasolineras muy pequeñas para pasar la noche como lo hicimos en Puebla, llamamos sin preámbulos a los amigos de Tierra Independiente, que aún no sabemos cómo, se habían enterado que andaríamos por la cuna del maíz y nos habían contactado para hacer algo juntos. Hacia ese hermoso espacio teatral encaramos y fuimos recibidos con la mejor vibra de todo el colectivo, a pesar de que les caímos de sorpresa, con ganas de agua caliente y una buena cama. Paulina y Elmar, nos ofrecieron eso y más, cuando vieron que aún no habíamos hecho ningún contacto para realizar talleres en sus pagos. Así llegamos al colegio particular Alecrim, donde charlamos con su directora Alicia y organizamos un maratón de tres talleres en dos días para los niños de toda la primaria. Volvieron las manitos frágiles de los más pequeños (y su fascinación por el cuento, al punto de que tuvimos que cerrar el taller repitiéndolo), los “así maestra? Así maestro? Así? Así?”, las sonrisas enormes de satisfacción al alcanzar las torres y palmeras, y las seños enganchadas igual o más que los chicos.
Nos topamos otra vez con los videojuegos cuando al segundo día les preguntamos a los chicos de tercero y cuarto a qué solían jugar y cuál era su juego preferido. Ya aprendimos que el famoso y desconocido “Mindcraft” no se lleva bien con los hilos y que eso hace que el taller sea más trabajoso. La motricidad, la memoria, la paciencia y la creación no se encuentran fácilmente en un joystick.
Las maestras seguían haciendo sus peces cuando fue el turno de los más grandes, una linda banda de chamacos y chamacas de quinto y sexto grado que resultaron ser excelentes hilanderos. Tal fue su capacidad de aprendizaje y retención, que debimos sacar figuras de la galera. Cerramos el taller haciendo estrellas gigantes en el patio y allí vimos que muchos chavitos de primer y segundo grado, con los que habíamos trabajado el día anterior, habían llevado sus lazos y nos mostraban sus figuras, aprendidas y creadas.
Agotados pero satisfechos por tanta taza y plato repartida, por tantas figuras inventadas por los mismos chavos, agradecimos a las directoras del colegio y ellas también nos reconocieron y felicitaron con sus “está padrísimo el taller” y otros cuantos piropos más. Eso sí, antes de retirarnos, nos pidieron el favor de que les enseñemos otra figura: la casa, la misma que hace Noe en el cuento y que se encoje cuando le digo que la bruja vive en una casita bien pequeñita.