Órales de asombro

«Gracias por enseñarnos a jugar con los hilitos», le dijo un piojo de siete años a Noe y nuestras caras otra vez dibujaron una sonrisa gigante, igual a la del final del cuento con el que abrimos los talleres. Ya habíamos pasado la noche en Acatitlán, pueblito escondido entre cerros y silencio, viviendo en la canchita de fútbol de la escuela primaria fiscal….. ¿Nuestro hogar? El Aguará, el carro-casa que increíblemente nos prestan Sofi y Yayo para hilar América. Los pelotazos se burlaron del despertador y lo anticiparon. Los panes, tortillas, frijoles, huevo revuelto y arroz para el desayuno, llegaron de la mano de las madres que de esa forma agradecían nuestra presencia en el lugar. Pero las gracias se contaban de a kilos y de a docenas: debimos pedirles una y otra vez que bastaba con mucha menos comida.
Nos reunimos con los maestros Miguel, Lili, Marcela, Fernando y Cukis, y junto con los amigos de Proyecto Miradas, planeamos los talleres y, además, descubrimos que Fernando, el maestro más joven, era un excelente hilador. Decidimos que los niños de primer, segundo, tercer, cuarto y sexto grado se enredaran con cordeles, y que quinto grado viajara toda la semana a las estrellas.
No tuvimos mejor idea que juntar a primero y segundo en un mismo taller, en el antiacústico auditorio. Más de cincuenta chicos y nosotros, ansiosos y felices. Lograda la semi ronda (gracias a los maestros Fernando y Miguel), comenzamos con el cuento ilustrado con figuras de hilos, y junto con él, llegaron las primeras imágenes imborrables: caras de asombro, ojitos que querían ver todo al mismo tiempo, bocas abiertas y susurros que deletreaban fantásticos «órale!».
Cambiamos nuestros nervios por más sonrisas. Nos partimos en mil pedazos para ayudar a todos y al fin brotaron unas tras otras las patas de gallo y los rostros de sorpresa y de felicidad al alcanzar la figura final. Y cuando no, allí estaban también los profes para darnos una mano y acomodar los frágiles dedos de los más pequeños. Luego de hora y media de taller, sonó la campana del recreo, y las patas de gallo y las tazas y platos continuaron en el primer recreo, en el segundo y en el Aguará, donde a cada ratito venían en grupos a decirnos que ya les salía cierta figura, que se habían olvidado la taza y el plato, o que querían aprender más. Los más grandes, veían hilos por todos lados y sabían que los culpables eran los gringos que dormían en medio de la cancha. Y entre gambetas y atajadas, nos preguntaban una y otra vez cuando pasaríamos por su curso.
La segunda mañana amaneció igual: pelotazos y corridas alrededor del Aguará y tortillas y frijoles al por mayor. Pero bastó con lavarnos las últimas lagañas para abrir los ojos más de la cuenta: los chicos de primer y segundo grado seguían con los hilos colgados y practicando las figuras en el recreo. Nuestro “después, después, estamos desayunando”, duró lo que dura un mate y antes de llegar al aula para comenzar con el maratón hilandero de tres talleres, ya estábamos recordando colas de peces, sombreros de brujas y torres.
El segundo taller fue con los chicos de tercero, el tercero con los de cuarto y el cuarto con los de sexto. En todos se repitieron las caras de sorpresa, los “¿Así maestro? ¿Así maestra? ¿Así? ¿Así?”, la amabilidad de los chicos que nos convidaban sus golosinas y nos ofrecían sus bancos al vernos parados, y las clases después de hora en los recreos y en el Aguará. También el enojo de Miguel, el profe que en el recreo nos paró y seriamente dijo: “Vi que a los niños les han enseñado el mosquito y yo no lo sé. ¿Podrían enseñármelo?” Y así fue, en el patio con Miguel y decenas de chicos enredados mostrando sus figuras y pidiendo más.
El tercer día fue más difícil. Los lazos siguieron en el recreo y las patas de gallo continuaron acechándonos. Pero ahora se colaba dos preguntas que dolían: “¿Ya se van?”, ¿Cuándo vuelven?”.
Para colmo de males, no había luz en la escuela y Gino, Regina y los reyes dudaban de salir a la cancha, ya que no se podía usar el sonido. Pero nos miramos y dijimos todo. Habrá función a capela y a dejar la garganta. Y ya a esta altura no hay oración que describa la magia de los títeres, las carcajadas de los chicos, la sonrisa tímida de los padres y los agradecimientos de los maestros y de los alumnos, que luego de buscar y buscar entre los campos, nos regalaron dos enormes ramos de flores silvestres que nos hicieron sentir Norma Aleandro y Héctor Alteiro.

 

 

3 comentarios

  1. EL RELATO ME TRANSPORTÓ MÁGICAMENTE, ME EMOCIONÉ Y REÍ JUNTO A ESOS CHICOS QUE DISFRUTARON DE LOS HILOS Y LOS TÍTERES. LA FOTO FINAL PONE EL BROCHE A LAS JORNADAS VIVIDAS!!!! FELICITACIONES!!!

  2. Que lindo Lio es leerte, a vos Noe escucharte! esos niños y todos los que vendran en sus talleres, tienen mucha suerte de disfrutarlos. Besitos

  3. Me emocione mucho cuando tu mami me comento lo que hacen realmente me siento orgullosa de saber que dos personas que conozco de niños hagan esto por los niños besos y mucha pero mucha suerte Dios y la Virgen de Ukurpiña los acompañe en este su proyecto.

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