Nancy miró en el Facebook las fotos y publicidad que nos hizo Teresa y así la experiencia con las chicas de la ENEPO se trasladó ahorita al cuarto grado de la escuela pública Belisario Dominguez, de la localidad de Telixtlahuaca, ubicada a unos 40 minutos y 150 topes (lomos de burro) de Oaxaca. Nancy, maestra que espera el llamado de las autoridades para debutar como tal, nos pidió si nos podíamos acercar hasta allá y hacia allá fuimos. Refugiados aún en la casa de Carolina, bajamos el cerro, salimos de la ciudad, enfrentamos semáforos rojos y topes, subimos pendientes y llegamos a Telixtlahuaca, todo en tercera marcha. El Aguará, acalambrado desde nuestra escapada a Mitla, nos llevó y trajo con lo que le quedó de aliento.
La hospitalidad mexicana otra vez se sacó un diez y luego de las presentaciones y besos, desayunamos frente al colegio como quería Onorio, el profe del grado con el que íbamos a trabajar. Entramos a la escuela justo en el recreo y mientras Noe charlaba con las niñas, yo transpiraba corriendo tras la pelota y cuando se iba lejos un par de cuates aprovechaban y me enseñaban a hablar zapoteco.
Entre cuentos, historia, peces y geografía, contamos la anécdota del artesano que en Valle de Bravo nos dijo “¿Oye carnal, por qué no haces el violín?”. El joven de rastas paraba junto a nuestro stand en el festival de las almas y ya estaba saturado de vernos hacer patas de gallo y trucos de magia. En aquel entonces, nos enseñó que de la pata de gallo podíamos hacer el violín si jalábamos el lazo del pulgar con la boca y tocábamos el violín con el lazo del índice. Al terminar de contar la historia, expliqué los pasos y zumbé una ilegible melodía. Entusiasmados con la nueva figura que salía de una recién elaborada, los alumnos corrieron con sus dedos para hacer sus violines y en eso estaban cuando desde un rincón se escuchó un enojado “¡A mí no me sale el sonido maestro!”. Todo el salón se tentó y con Noe nos miramos y brindamos por la inocencia, pureza e ingenio de esos pibes, que lejos de practicar las figuras que les mostrábamos, creaban las suyas, tan fascinantes como las que se elaboraron hace más de cuatro mil años. Nos deshilamos con el timbre y nos fuimos con Nancy y sus sobrinos a la casa de su madre, donde nos esperaba una riquísima y picosa comida, además de una frase que se repite siempre y que siempre es sincera: vuelvan cuando gusten, esta es su casa.
Hermoso relato¡ logre revivir ese momento… mil gracias