Comenzamos a dudar. ¿Y si hasta acá tuvimos suerte? ¿Si los noventa y tantos talleres de este año y medio por México fueron pura casualidad? Desde noviembre, al regreso de la necesaria pausa con los nuestros en Argentina, que los hilos no se dejaban cortar ni pegar. Mérida nos recibió con las excusas de gastos decembrinos y los preparativos para las fiestas de fin de ciclo. Ni un colegio quiso hilvanar con nosotros. Desanimados y con las cuentas en rojo furioso llegamos a Playa del Carmen el 20 de diciembre, luego de realizar talleres gratuitos en Sisal y por un poco de gasolina en la comunidad maya de Tres Reyes.
Colegios cerrados y música electrónica nos esperaban en la Ibiza latina. “Hasta el 15 de enero olvídense”, nos dijo el sabio y amigo Yoni. Así la cosa, mientras gringos, europeos y canadienses quemaban sus cueros moldeados al ritmo de la marcha en las playas más bonitas del universo, sacamos las postales de la manga y nos caminamos con Aruma las blancas arenas de punta a punta, ofreciéndolas a voluntad. Pero al quinto día de parar la olla y fortalecer los muslos, la policía nos tiró la oreja. Hay que dejar descansar tranquilos a los turistas. Entendimos y probamos suerte entonces en los mercaditos, donde también fuimos con nuestros lazos, postales e instructivos a colaboración. Lo mismo en centros culturales, donde los hilos comenzaron a deslizarse tímidamente.
Mientras, esperábamos que los mails sean respondidos, las llamadas atendidas y que luego de las reuniones los directivos nos confirmen los talleres. Pero nada. Y de tanta nada y con una panzota enorme, nos replanteamos varias veces esta iniciativa, que como siempre decimos, cierra por todos lados menos por el económico. Y una mañana hablamos con Aruma. Ella nos dijo que nos tranquilicemos, que las cosas iban a empezar a cambiar en el corto plazo, que a partir de ahora venían tiempos mejores. Y además nos regañó. Que ni se nos ocurra tirarnos de este barco al que ella se sube para navegar los tres de la mano. Y habló de los caminos del corazón que elegimos recorrer. También pidió que volvamos a creer en el proyecto y que la madre coma más hojas verdes y tome mucha agua con limón, y que meta las patas en el mar cuando esté el cansancio la invada. Y muchas cosas más por medio de Pili, que también no leyó nuestra aura, aunque Aruma la interrumpía para seguir retando y aconsejando a su padre.
Y con nuestros tres corazones al desnudo decidimos hacer base en Puerto Morelos y nos encontramos con familias viajeras que nos abrazaron y cuidaron. El “profe Nacho”, por su parte, nos pidió que trabajemos con toda los grados de su escuela primaria pública, y los artesanos nos dejaron participar de las ferias los miércoles, viernes y sábados. Volvimos a caminar las playas con las postales y lejos de la policía. Y Aruma tenía razón. Nos fuimos hasta la esquina a enganchar el wi fi de un hotel descuidado y en la bandeja de entrada teníamos un correo del colegio El Papalote de Playa del Carmen, que nos confirmaba talleres con los 141 niños de primaria. Y comenzamos el martes y seguimos el miércoles. Y revolucionamos la escuela. Bah, los hilos modificaron radicalmente el paisaje de las clases y los recreos.
A la segunda mañana en el colegio y por primera vez en este andar, vimos a escuincles hacer figuras con retazos de tela y con lo primero que han encontrado en sus casas, entrenados por sus hermanos recientemente eruditos en este arte textil y adelantándose al taller que llegaría en minutos. Como pocas veces, los mismos niños nos enseñaron figuras que nunca habíamos visto y que están bárbaras, luego de andar buceando en la web. Incluso una chamaquita nos dijo que en youtube aprendió una súper difícil, viendo el video de un hombre con sombrero dentro de una camper. Éramos nosotros.
Ahora la Miss de inglés sólo deja que los chamacos se enreden luego de trabajar en su materia y ella misma aprende figuras que compartirá en el recreo. Otra maestra le susurra a Noe que es la primera vez que ve a todos los niños atentos y prendidos en una actividad. Y otra seño pone los hilos de recompensa ante la buena conducta de los alumnos. Una mamá, que conocimos en uno de los mercaditos, nos manda un mensaje dando las gracias por la alegría que lleva su hija encima, que no soltó el lacito ni a la hora de la cena.
Y haciéndole caso a la maestra que patea luego de comer chocolate, volvimos a creer en el proyecto.