Tan pronto como se enteró, Jair nos rastreó y persiguió hasta encontrarnos, y se escapó de su colegio para vernos en acción en otra escuela. Fotografió a los niños con sus mosquitos y voló de vuelta al Sparta Plenus para convencer a sus directores de que estaba chido el trabajo que estaban llevando adelante los hilanderos del sur del continente, y cuya prueba se encontraba tanto en natación e inglés como en catecismo, donde los niños que ya eran parte del proyecto llevaban sus hilos y jugaban, convirtiéndose así en promotores involuntarios frente a sus amigos.
Jair sorteó obstáculos, relojes y facturas inexistentes. Nos pasó a buscar por el Aguará y entre los tres pudimos dar un simpático taller con los niños de segundo grado, que por lo que sabemos, también ellos se convirtieron en embajadores de Hilando América.