Hilos en la mitad del mundo

Nicoleta y Massimo se ponen en campaña y rastrean contactos de amigos, conocidos y escuelas por donde anduvieron con la Banana, tanto en Quito como en la selva y en las montañas. Mandan mails presentándonos y nos dan el pie para que contemos qué andamos buscando y qué venimos haciendo. Ponemos refresh y refresh a nuestra casilla pero no cae ningún correo, siguiendo la racha que nos persigue desde el temprano enero, cuando llegamos a Quito en plena tarde de noche buena y desde la casa del Memo vimos muñecos prenderse fuego al ladito del Delfín. Aguantamos hasta que abrieran las escuelas para bombardearlas al igual que a los colegios, museos y centros culturales. Todo al rojo, todo a Quito. Y la bola que ni siquiera cae en el negro. Sale el cero. Verde. Una y otra vez. Sin embargo aterriza un mail y aparece Patri en nuestras vidas. Y con ella hacemos el primer taller en un curso de iniciación de pedagogía Waldorf para maestras y estudiantes. Rompimos el cero, la pasamos de primera y nos llenamos de amigas. Mientras tanto, nos ponemos de acuerdo con las compas de la Escuela Mujeres de Frente y nos enamoramos del espacio, de su lucha y de su amor. Compartimos una tarde maravillosa junto a ellas y sus wawas y hubiésemos querido que sean mil más, porque allí, en ese edificio oscuro donde se cuela la lluvia y el frío, también se filtra la alegría de la rebeldía en manuscrita y en mayúscula.
Reemplazamos las escuelas por los centros culturales y así vamos llegando a más familias. Nuevos amigos nos sugieren espacios, nos presentan gente linda y tejemos a fuego lento figuras y amistades. Desde el norte nos escribe Belén y nos confirma talleres con toda la escuela primaria. Felicidad. Cumpleaños, ruta, mate, familia y trabajo. El plus de esos días es el paisaje de una provincia cargada de mística: la ciudad de Ibarra está en el corazón de Imbabura, y en estas alturas dan ganas de poner el freno de mano y quedarse a vivir un tiempo.
Patri se entera que andamos por su tierra y sin titubear nos llama para decirnos que nos esperan en otra hermosa escuelita. Belén, quien nos tiene de huéspedes en su casa, nos pide que hagamos un encuentro más, esta vez con todos los maestros y al rescate cultural que intenta este humilde proyecto lo mechamos con carcajadas, la alegría de saber que los hilos continuarán sucios y húmedos en los recreos y una caja repleta de aguacates.
La banda de Caterina se entera que nos quedan pocos días por la mitad del mundo y organiza una movida espectacular: en el patio de su casa junta a decenas de patojos, padres, amigos. Quiteños, italianos y argentos se dan cita y los deseos de buena ruta se escuchan en diferentes tonos, aunque los abrazos aprietan todos por igual.

 

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