El vencimiento de la visas como turistas en las tierras del maíz fue el pretexto perfecto para parir otro sueño dentro del que estamos naciendo desde hace siete meses, cuando decidimos emprender este viaje, este proyecto. Talleres de juegos de hilo. Y en cada hilo una excusa, una herramienta para conocernos y reconocernos. Para enredarnos con nuestros abuelos, vecinos, amigos y padres. Deshilachando distancias, uniendo generaciones. Tejiendo un entramado que además nos ensambla con nuestros antepasados, sabios hilanderos, al tiempo que nos divierte.
Parimos, decíamos, el sueño de conocer Cuba y aquí los párrafos se completan más lentamente, mientras hierve el agua para el mate, recordando ahorita lo más lindo que tiene la isla, que es su gente, y nos danzan imágenes en la cabeza de ese pueblo que baila, ríe y lucha.
Dos pequeñas mochilas fueron obligadas a hacerse un hueco para que volase también un carretel con trescientos metros de hilo, porque además de sus tambores, creencias y sabores, los esclavos africanos que poblaron a la fuerza estas arenas caribeñas, compartieron con mestizos y criollos también sus lazos, y con ellos la forma de representar la naturaleza, los astros y su mundo.
Por eso, cada vez que paseábamos por la hermosa Trinidad, pueblito que lleva bien puestos sus quinientos años, y veíamos el cartelito de la escuela “Pepito Tey”, nos daban ganas de frenar, pero nuestras ropas no eran las aconsejables para pedir una cita con su director. Hasta que al fin las ganas de hilar le ganaron a la paradisíaca playa y sacamos del fondo de las mochilas un arrugado vestidito y una camisa con forma de acordeón y ahí nomás enfilamos para la escuelita y de allí al ministerio de educación en busca de un visto bueno que tardaría más que nuestra estadía.
Cabizbajos, fuimos como todas las noches a la casa de Xiomara y su familia. Bien lejos del centro y de los turistas, en “loma del chivo pasando Santana”, encontramos gracias a Francisco a la familia más bondadosa, generosa, humilde y amorosa de toda Cuba. Y cuando decimos familia decimos mucha, porque las casas se comunican en un patio común y allí andan ellos muchos, convidando café, plátano frito, arroz con gri y lo que haya en la mesa; platicando con vecinos que entran y usan el teléfono (hay pocos en el barrio, entonces es para todos, pero por favor a dejar una monedita que luego hay que pagar la factura); y mientras vemos las semifinales de pelota (béisbol) con Juancito, Nelson y los que vayan cayendo, llega Luisa, una vecina que roza los ochenta pirulos y regala unas papas, naranjas y tubérculos varios. Y entran y salen más vecinos que son amigos, o quizás sólo vecinos, pero que preguntan por Jenny, que está “ingresada”, y qué hace falta, y con qué ayudamos. Porque en Cuba la solidaridad de su gente no conoce de bloqueos y, como nos explicó José en La Habana, allí se vive en un “colectivo social”, y todos se conocen, todos se tienden una mano. Todos platican en la vereda y los niños juegan en la calle, mucho béisbol, mucho futbol, sólo interrumpido cuando deben hacer de fibra óptica: a la escasez de celulares se la combate con mensajes en cadena, entonces sale la doña de la casa y le grita al niño que le avise a José que está a la vuelta que Maruja quiere hablar con Estela.
Y en eso Xiomara nos llama a un costado y nos pregunta por la pobreza nuestra, la de nuestro país y la de México. Le contamos de los guachines pidiendo en los semáforos, de familias enteras durmiendo en las plazas, de gente buscando su almuerzo en los contenedores de basura. Ella abre más los ojos y nos retruca: “Nosotros somos pobres y mira…”, dice mientras nos enseña las camas, televisor, heladera y la panzota de una de sus sobrinas. “Esta es la pobreza de Cuba, somos pobres pero todos los días tenemos un plato de comida, zapatos que calzarnos y un techo donde descansar”.
Y sorprendidos andábamos de tanta plática, de tanto convite, de tanta comunidad, cuando les contamos la penita por no poder hacer talleres en la escuela y qué problema hay dijo Juancito, mañana juntamos a todos los niños del barrio y ya tú sabes chico.
Volvimos a la mañana siguiente a subir la loma del chivo y ahí ya andaban varias niñas, mientras todo el barrio tenía los muebles patas para arriba porque es sábado y los sábados se hace limpieza. Y esas niñas no les habían avisado a los varones porque “son muy pesao’”, hasta que fueron a buscarlos y esos niños fueron por más amigos y esos amigos llamaron a sus hermanitos y primos, y cuando nos quisimos dar cuenta ya había más de treinta cortando la calle. Y a preparar más hilos que los vecinos también quieren recordar como hacían ellos “la red de voleibol” o la pata de gallo.
Vivimos un sueño que se repitió los dos días posteriores, cuando al subir la loma veíamos a los niños en las esquinas que seguían con sus manitos hilanderas, preguntando con mucho respeto si teníamos más hilos para sus hermanos. Y en cada esquina nos frenamos, compartiendo, enseñando y aprendiendo, y ya nos vamos que nos espera toda la familia de Xiomara.