Instalados como en casa en lo de Barby y Markitos, Mérida hizo rápidamente las paces con nosotros: amigos, lugares soñados y calles amplias para que el Delfín nade sin problema alguno. Sin embargo, tuvimos un enemigo letal que nos cacheteó de lo lindo. Llegar a fines de noviembre con una propuesta cultural y educativa fue lo más parecido a aterrizar en el Ártico con chancletas y en bikini. Diciembre es mes de exámenes, de ensayos para la fiesta de fin de año, de balances, de partidas cerradas.
Llamamos a los colegios que aparecieron en las páginas amarillas, hablamos con el director general de educación primaria y con la gente de la secretaría de cultura. Los halagos al proyecto fueron unánimes, la imposibilidad de armar algo conjunto también. Sólo el director de SEDECULTA tuvo el gesto de abrirnos el espacio cultural que nosotros quisiéramos para hacer talleres. Así fue que en un fin de semana realizamos dos en la Casa de la Cultura del Mayab con un puñadito de gente dada la poca difusión. A todo esto, ya los hilanderos contábamos con varios secuaces, amigos de amigos queretanos, toluquenses y chilangos que golpeaban puertas y ventanas, y la que se abrió fue la de los medios. Debutamos en la tele, pasamos por radios y volvimos a la tele. El rebote de las notas fue conocer más amigos y saborear un rico asado con más de veinte argentinos que nos mimaron de lo lindo. Pasaban los días y no pasaban más que algunas postales vendidas en las plazas. Miramos el mapa, llamamos a un amigo desconocido chileno y encaramos para Sisal a sacarnos las ganas de tejer en la península de Yucatán.
Sisal, pueblito portuario de dos mil habitantes humildes y amables, de calles de arena, de cocos amontonados en los rincones, de palmeras que miran el mar, de embarcaciones mayas, de un pasado de grandeza, de piratas, cañonazos y leyendas, de manglares, patos, cocodrilos, jaguares y aves, muchas aves. A esta hoja de cuento que tuvo su esplendor económico con el boom del oro verde (el henequén) nos fuimos a tejer con los alumnos de sexto grado de la escuela pública Amado Nervo. El director no dijo más que “cuando quieran” y al otro día nos presentamos al partidito de fútbol que se jugaba en el recreo, en el patio de arena, claro.El primer taller entonces fue secándome la transpiración (ganamos 4 a 2, metí tres goles –uno de taco- y di el pase gol) y la pasamos tan bien que a pedido de los chicos y el nuestro, hablamos nuevamente con el director para preguntarle si podíamos regresar al día siguiente. Otra vez contestó “cuando quieran” y quisimos cuanto antes, así que a la otra mañana ya estábamos dando la revancha a los chamaquitos de quinto y cuarto grado, que ya se habían aprendido las figuras enseñadas por sus hermanos, primos y amigos de sexto grado.