Dulce, de mirada transparente y sonrisa que recuerda su nombre, nos respondió finalmente que Hilando América podría realizar dos talleres en el Colegio Montessori y el desafío nos abrazó y apretujó con ambos brazos: realizaríamos la primera experiencia de esas que nos permitirá llevar los hilos a otras latitudes, con el plus de enseñar una actividad de más de cuatro mil años de antigüedad a peques acostumbrados a matar el tiempo con juegos del siglo próximo.
Esperamos a Dulce tal lo acordado y con ella, entramos a un cuento escrito de bosques, cerros, juegos y colores. El colegio se encuentra y se define por estos protagonistas y muchos más, que las fotos explicarán mejor que las letras.
Y así como Caperucita se topó con el lobo, en la charla introductoria nos cruzamos con la Play Station, la Nintendo y la X-Box. ¿Pero a qué juegan? Volvimos a preguntar. Lejos de la rayuela, el futbol, las escondidas o el elástico, el Mindcraft se erigió como único ganador. Un videojuego que aún no sabemos bien como se juega, deja sin vidas a las tardes al aire libre, logra un implacable game over al pasto marcado en las rodilleras de los pantalones.
Como quien se enfrenta al Barcelona de Messi con sus amigos del barrio, tomamos aire y comenzamos a enredarnos, mientras pensábamos la difícil tarea de enganchar a chicos con un simple cordel, cuando están acostumbrados a pegarse a un monitor LCD. Pero como canta Joaquín Sabina, y sin embargo el grupo se prendió y jugó como hace casi cinco mil años. Con trucos de magia, figuras que se deforman y forman figuras nuevas, con estrellas de 20 metros realizadas entre todos y con risas y caras de satisfacción genuinas e ignoradas por las pantallas planas, vencimos entre todos al Mindcraft y a sus secuaces.