Fuimos desganados a la reunión. Ecuador, en tres meses, nos regalaba lugares increíbles, amigos entrañables y anécdotas variopintas. Y sin embargo en lo laboral nos era esquivo. Sólo por la banda de cuates que movieron cielo y tierra escribiendo a escuelas, amigos y recomendándonos espacios –y por la querida Paty que creyó en nuestro proyecto desde un primer mail–, pudimos hacerle frente y tejer historias con niños, maestros y madres.
Por eso, cuando Beba, directora del colegio, dijo de hacer los talleres para quienes se quisieran inscribir, lo vimos como un empate. Sólo Mile, nuestra amiga cuencana es más linda que esta ciudad escogida por muchos gringos y que el Parque Nacional Cajas. Por eso aceptamos la espera. Sabiendo que había mates y charlas que aminoraban los chaparrones que no paraban de caer sobre el Delfín. Y a la hermosa Mile se le sumó Xavi con su familia.
Beba nos escribe que hay 70 inscriptos. Al otro día los que se anotaron eran 150. Ya en la escuela, y a minutos del primer taller hicieron falta 220 lazos para que nadie se quedara afuera, por lo que tuvimos que buscar cuerdas hasta debajo de la cama (creemos que la nota en la televisión que salió en esos días ayudó un poco) y despedirnos del Ecuador a puro hilo.