Ni bien volvimos de nuestra estadía en el primer mundo, nos encontramos con el tercero: nuestro carrito inundado por tantos aguaceros vertidos sobre su espalda, valijas que pierden sus rueditas vencidas por un ripio apto para el Dakar, calores y humedades lejos de aires acondicionados, y agentes aduanales corruptos que para «ayudarnos» nos exprimieron la cartera. El Delfín, enojado y mojado, se portó peor que nunca y las montañas panameñas se treparon en diferentes tandas. Finalmente llegamos a Boquete, lindo refugio entre las colinas de Chiriquí. Allí esperaban los amigos de la AIB, quienes nos habían escrito para hacer talleres con todo el colegio. Les caímos con el arsenal recopilado en Oklahoma y Texas. De exigir grupos pequeños, pasamos a trabajar con multitudes que rondaron los cien alumnos y a todos ellos los empapamos de nuevas figuras y trucos que amablemente nos habían regalado Dave y Mike. Salieron tan lindos que un alumno, a las corridas, le gritó a los techos de la cancha de basquet que ese había sido «el día más importante de su vida». Para nosotros también fue especial. Fue el debut, tres años después del debut, de nuevas formas, nuevos modos y nuevas ganas de continuar Hilando América.