Los primeros días en las tierras zapotecas fueron de escasez total de talleres. Luego fueron cayendo uno tras otro, en diferentes espacios, en distintas localidades. Así la cosa, estábamos desayunando con Nancy en Telixtlahuaca, a minutos de comenzar el taller en la primaria, cuando nos llamó al celular Caro, a esta altura ya con el merecido título de madre oaxaqueña. Comunicadora que trabaja con proyectos vinculados a pueblos indígenas, le dimos la difícil misión de que nos consiga trabajar en alguna comunidad. “¡Llamen ya al CONAFE y hablen con Uziel!”, gritó Caro exaltada. Le hicimos caso, aunque ya era viernes y el lunes y martes teníamos agendado al colegio Alecrim y el jueves nos esperaba Dolores y su banda en Miahuatlán, a dos horas de Oaxaca por la ruta 175. No había tiempo, pero teníamos ganas de salir y enhebrar un rato con los chavitos de las barriadas. Coordinamos con Uziel ir el lunes a la tarde al barrio Atayuco, ubicado entre terrenos baldíos y perros flacos. Salimos corriendo del Alecrim, tomamos un bondi y llegamos a la sede oaxaqueña de la Comisión Nacional del Fomento Educativo, que se encarga, llega y emparcha, los lugares que el Estado olvidó. En la combi, compartimos asientos con unos diez “facilitadores”, estudiantes que hacen prácticas y pasantías en el CONAFE y que a cambio reciben una beca. A ellos se les dio la tarea de aprender y luego reproducir con otros niños las figuras que Hilando América va tejiendo en el camino. A ellos les explicamos que con el juego de hilos los pibes imaginan, crean, se divierten, y que de paso laburan la motricidad, la concentración, la memoria, y la solidaridad y el diálogo cuando son más de diez los dedos que se traban y no saben como seguir.
Los largos, suaves, y sorprendidos “órale” en el cuento, y las caras de alegría y de satisfacción cuando realizaron sus primeras figuras, fueron tan reconfortantes y hermosos como los de otros talleres. Ver las caritas en ese instante, en ese segundo que se tarda en soltar un pulgar y jalar un índice para que llegue esa figura que se hacía rogar, es el combustible que nos lleva a otra escuela, a otra ciudad, a otra comunidad. Y parece que hay gasolina para rato.
Nos agarró la temprana noche en el colectivo yendo a dormir al mecánico. En el medio de los bostezos y el miedo a perdernos, Noe me contó que en pleno taller un chavito la paró y le preguntó:
-Maestra, ¿por qué habla tan raro?
-Porque soy de Argentina, un país que queda bien al sur, y allá hablamos diferente.
Pero la intriga llegaba aún más lejos que ese país, y tocándose su carita, el pequeño, hijo del maíz, retrucó:
-¿Y por qué es tan blanquita?
Y Noe sonrió. Y volvimos a sonreir.