El único stand sin techo en el importantísimo Festival de las Almas de Valle de Bravo, se las ingenió para llamar la atención no sólo de todos los hijos de artesanos, puesteros y comerciantes de la zona, sino de maestros y autoridades de colegios. Fue así como con tiernos caracoles y largas patas de gallo seducimos a Arturo y Sbea, gente linda y comprometida con la educación, que lleva adelante la iniciativa pedagógica Waldorf, cuya filosofía es “hacer de los niños y niñas personas éticas, solidarias, ecológicas, educadas, con amplia cultura general, de cara
a un mundo cambiante y complejo que requiere revalorar el arte de vivir la vida”, en otra hoja de cuento rodeada de verde, colinas, hortalizas y animales de granja.
Comenzamos a tirarnos unos a otro el ovillo de lana, que aquí es estambre, para conocer nuestros nombres, juegos y deseos. Le dimos paso al proyector que le dio paso al mapamundi y vimos como una raíz de batata es cola de pez en otros pagos, y como un par de patas de guanaco son las puertas de la casa de otra comunidad. Luego hicimos lo que mejor hacemos y explicamos la primera figura, a una velocidad que no era la propicia para el grupo. Nosotros íbamos a 40 km por hora (al igual que el Aguará), mientras que los chicos de quinto grado iban a 130. Lo mismo pasará en el segundo taller con alumnos de séptimo. Los hilanderos de la Waldorf pusieron a prueba nuestras habilidades al punto de que enseñamos polillas y mariposas, que nunca habían volado en otros talleres.
Cerramos la jornada con un rico almuerzo en casa de Arturo y Sbea, condimentado con anécdotas, ocupaciones y preocupaciones pedagógicas, risas, y patas de gallo que llegaron junto a los mates de Yanina. Volvimos tan cansados como contentos, y emocionados al pasar justo frente al colegio de Acatitlán, aquel que nos vio debutar en estas tierras de tamales y moles, de enchiladas y chilaquiles.